viernes, 21 de agosto de 2009
Cartas postales
CARTA
El palomar de las cartas
abre su imposible vuelo
desde las trémulas mesas
donde se apoya el recuerdo,
la gravedad de la ausencia,
el corazón, el silencio.
Oigo un latido de cartas
navegando hacia su centro.
Donde voy, con las mujeres
y con los hombres me encuentro,
malheridos por la ausencia,
desgastados por el tiempo.
Cartas, relaciones, cartas:
tarjetas postales, sueños,
fragmentos de la ternura,
proyectados en el cielo,
lanzados de sangre a sangre
y de deseo a deseo.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.
En un rincón enmudecen
cartas viejas, sobres viejos,
con el color de la edad
sobre la escritura puesto.
Allí perecen las cartas
llenas de estremecimientos.
Allí agoniza la tinta
y desfallecen los pliegos,
y el papel se agujerea
como un breve cementerio
de las pasiones de antes,
de los amores de luego.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.
Cuando te voy a escribir
se emocionan los tinteros:
los negros tinteros fríos
se ponen rojos y trémulos,
y un claro calor humano
sube desde el fondo negro.
Cuando te voy a escribir
te van a escribir mis huesos:
te escribo con la imborrable
tinta de mi sentimiento.
Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.
Ave que sólo persigue,
para nido y aire y cielo,
carne, manos, ojos tuyos,
y el espacio de tu aliento.
Y te quedarás desnuda
dentro de tus sentimientos,
sin ropa, para sentirla
del todo contra tu pecho.
Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré.
Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.
Cartas que se quedan vivas
hablando para los muertos:
papel anhelando, humano,
sin ojos que puedan verlo.
Mientras los colmillos crecen,
cada vez más cerca siento
la leve voz de tu carta
igual que un clamor inmenso.
La recibiré dormido,
si no es posible despierto.
Y mis heridas serán
los derramados tinteros,
las bocas estremecidas
de rememorar tus besos,
y con su inusitada voz
han de repetir: te quiero.
Miguel Hernández
El hombre acecha (1938-1939)
Rosana
Carta Urgente
Una voz: la de Sarah Vaughan
A veces las palabras de presentación sobran. Porque pueden sonar finalmente vacías y huecas. Entonces solo queda entregarse a la escucha, despejar el camino hacia los sentidos y dejarse penetrar de manera completa por la voz.
Send in the clowns
sábado, 15 de agosto de 2009
PERSEO (nueva mirada hacia la mitología griega)
NACIMIENTO DE PERSEO
Finalmente, el primero reinó en Argos, y el otro, Preto, en Tirinto. Así pues, Acrisio es rey de Argos. Está desolado por no tener un hijo varón. Se va, siguiendo la costumbre, a consultar al oráculo de Delfos para que se le diga si tendrá un heredero y, si es así, qué debe hacer para tenerlo. Siguiendo la regla habitual, el oráculo no contesta a la pregunta, sino que le indica que su nieto, el hijo de su hija, lo matará.
Su hija se llama Dánae. Es una muchacha bellísima a la que Acrisio quiere mucho, pero se siente aterrorizado ante la idea de que su nieto esté destinado a matarlo. ¿Qué puede hacer? Piensa que el encierro es la solución. En realidad el destino de Dánae es permanecer frecuentemente encerrada. Acrisio hace construir, sin duda en el patio del palacio, una prisión subterránea de bronce y ordena bajar a Dánae con una mujer destinada a su servicio; después las encierra concienzudamente a las dos. Ahora bien, desde lo alto del cielo, Zeus ha descubierto a Dánae en la flor de su juventud y su belleza, y se ha enamorado de ella. Estamos en una época en que la separación entre los dioses y los hombres ya se ha consumado. Pero, aunque separados, la distancia todavía no es lo bastante grande para impedir que, de vez en cuando, desde lo alto de la cumbre del Olimpo, en el éter brillante, los dioses contemplen a las hermosas mortales. Ven a las hijas de Pandora, a la que ellos mismos enviaron a los hombres, y a la que Epimeteo abrió imprudentemente su puerta. Les parecen magníficas. No es que las diosas no sean hermosas, pero es posible que los dioses descubran en esas mujeres mortales algo que las diosas no poseen. Tal vez sea la fragilidad de la belleza o el hecho de que no sean inmortales y que haya que cogerlas cuando están todavía en el cenit de su juventud y su encanto.
Zeus se enamora de Dánae y sonríe al verla encerrada por su padre en aquella prisión subterránea de bronce. Desciende en forma de lluvia dorada y la fecunda; aunque también es posible que una vez en el calabozo recuperara su personalidad divina con apariencia humana. Zeus se une a Dánae en el mayor de los secretos. Dánae espera un hijo, un varón que será llamado Perseo. Esta aventura permanece clandestina hasta el momento en que Perseo, un chiquillo vigoroso, llora con tanta fuerza que un día, al pasar por el patio, Acrisio oye un extraño ruido procedente de la prisión donde ha encerrado a su hija. El rey quiere verla. Hace subir a todo el mundo, interroga a la nodriza y se entera de que allí hay un niño. Se siente lleno de pánico y furor a un tiempo al recordar la profecía del oráculo de Delfos. Supone que la sirvienta ha introducido subrepticiamente a un hombre en el lecho de Dánae. Interroga a la hija: “¿Quién es el padre de esa criatura?” “Zeus”. Acrisio no se lo cree. Comienza por matar a la sirvienta convertida en niñera, la sacrifica precisamente sobre su alta doméstico de Zeus. Pero ¿qué hacer con Dánae y el niño? El padre no quiere manchar sus manos con la sangre de su hija y su nieto. De nuevo decide encerrarlos.
PERSECUCIÓN DE LAS GORGONAS
El rey Polidectes preside la mesa. Ha dado como pretexto para el banquete su supuesta intención de casarse con Hipodamía. Para poder casarse con ella, debe ofrecer a los que tienen autoridad sobre la joven suntuosos regalos, objetos preciados. Toda la juventud de Sérifos está presente, y, evidentemente, también Perseo. En el transcurso de la comida, todos hacen alardes de generosidad y nobleza. El rey pide que le traigan, sobre todo caballos. Hipodamía es una joven enamorada de la equitación; si se el ofrece una caballeriza entera, su corazón se rendirá. ¿Qué hará Perseo para impresionar tanto a sus jóvenes camaradas como al rey? Manifiesta que él no se limitará a traer una yegua, sino todo lo que el rey quiera, por ejemplo, la cabeza de la Gorgona. Lo dice sin pensarlo demasiado. A la mañana siguiente, cada invitado trae al rey el regalo prometido; Perseo se presenta con las manos vacías y se muestra dispuesto a traer también él una yegua, pero el rey le dice: “No, tú me traerás la cabeza de la Gorgona.” No hay manera de escaparse: si no cumple su palabra, se le caerá la cara de vergüenza. No hay manera de eludir una promesa, aunque haya sido una jactancia. Ya tenemos, pues, a Perseo obligado a traer la cabeza de la Gorgona. No olvidemos que es el hijo de Zeus; cuanta con la simpatía y el apoyo de cierto número de divinidades, en especial de Atenea y Hermes, dioses inteligentes, sutiles y desenvueltos, que cuidarán de que la promesa sea cumplida. Así pues, Atenea y Hermes colaboran con el joven en la hazaña que tiene que realizar. La exponen la situación: para conseguir llegas hasta las Gorgonas hace falta, en primer lugar, saber dónde se encuentran. Ahora bien, nadie lo sabe.
Son unos monstruos espantosos, tres hermanas que forman un trío de seres horribles y mortíferos, de las cuales dos son inmortales, mientras que la tercera, que se llama Medusa, es mortal. Esta cabeza, la de la Medusa, es la que debe conseguir.
Perseo no se equivoca. Ve el momento en que el ojo está disponible y lo coge. Se apodera también del diente. Las Grayas se encuentran en un estado espantoso, gritando de rabia y de dolor. Están ciegas y sin su único diente. Inmortales, pero reducidas a nada. Obligadas a implorar a Perseo que les devuelva el ojo y el diente, están dispuestas a ofrecerle cualquier cosa a cambio. Lo único que él pretende es que le indiquen el lugar donde residen las muchachas, las Nýmphai, las Ninfas, y el camino para llegar hasta allí.
Velocidad e invisibilidad. Le obsequian también con un tercer regalo, la kýbissis, unas alforjas, un zurrón en el que los cazadores meten la presa en cuanto está muerta. En este zurrón, Perseo depositará la cabeza de Medusa para que sus ojos sigan ocultos, como unos párpados que se cerrarán sobre los ojos mortíferos de la Gorgona. A todo eso Hermes añade un regalo personal, que es la harpé, esa hoz curvada que corta sea cual sea la dureza del obstáculo que encentra. Ya tenemos, pues, a Perseo equipado de los pies a la cabeza: en los pies, las sandalias; en la cabeza, el casco de la invisibilidad; la kýbissis, a la espalda, y la hoz en la mano. Así que vuela hacia las Gorgonas.
Los ojos son muy especiales. Tienen la propiedad de que quien quiera que los mire se convierta al instante en piedra. Todo lo que constituye la vida, la movilidad, la flexibilidad, la ligereza, el calor, la suavidad del cuerpo, todo se convierte en piedra. No se afronta únicamente la muerte, sino una metamorfosis que nos hace pasar del reino humano al mineral, y, por tanto, a lo más contrario del ser humano. Es algo a lo que no se puede escapar. Así pues, la dificultad consistirá, para Perseo, en descubrir, por una parte, cuál de las tres cabezas de las Gorgonas tiene que cortar, y después en no cruzar en ningún momento su mirada con ninguna de las tres. Concretamente, tiene que cortar la cabeza de Medusa sin cruzar la mirada cara a cara, con ella, sin entrar en su campo de visión. En la historia de Perseo, la mirada desempeña un papel considerable; en el caso de las Grayas, se trataba únicamente de tener una mirada más rápida que la de los monstruos. Pero cuando se ira a una Gorgona, cuando se cruza la mirada de la Medusa, sea rápida o lenta, lo que se ve reflejado en los ojos del monstruo es a uno mismo convertido en piedra., a uno mismo transformado en una cara del Hades, un semblante de muerte, ciego, sin mirada.
Nos encontramos con una paradoja total. El problema es resuelto por Atenea, que descubre la manera de colocar su hermoso escudo pulimentado de forma que, sin cruzar su mirada con la de Medusa, Perseo vea con claridad su reflejo en la hoja de su arma, bruñida como el espejo, para conseguir asegurar el golpe y degollarla como si la viera directamente. Le corta la cabeza, la coge, la mete en el kýbissis, lo cierra y se marcha.
La desdichada gime, y su lamento llega hasta Perseo, que vuela por los aires; lo oye, la ve. Su corazón se siente embargado por la belleza de Andrómeda. Busca a Cefeo, que le cuenta lo ocurrido. Perseo le promete liberar a su hija si se la da como esposa. El padre acepta, pensando que, en cualquier caso, es imposible que el joven llegue hasta ella. Perseo regresa al lugar donde Andrómeda, rodeada por las olas, permanece atada, de pie sobre un pequeño peñasco. El monstruo avanza hacia ella, inmenso y temible, aparentemente invencible. ¿Qué puede hacer Perseo? Con las fauces abiertas y la cola golpeando las olas, el monstruo amenaza a la hermosa Andrómeda. En los aires, Perseo se sitúa entre el sol y el mar, de manera que su sombra se proyecte sobre las aguas, justo delante de los ojos de la bestia. La sombra sobre el espejo de las aguas, igual que, sobre el escudo de Atenea, el reflejo de Medusa. Perseo no ha olvidado la lección que acaba de darle la diosa. Al ver la sombra que se mueve delante de él, el monstruo se imagina que allí está el ser que le amenaza. Se precipita sobre el reflejo y, en aquel momento, Perseo, desde lo alto del cielo, cae sobre él y lo mata.
Perseo se lleva después a Andrómeda con él. Recupera su zurrón, que se apresura a cerrar, y llega a Sérifos, donde su madre, Dánae, le espera. También le aguarda Dictis. Los dos se han refugiado en un santuario para escapar de Polidectes. Entonces Perseo decide vengarse del malvado rey. Le comunica que ha vuelto y que le trae el regalo prometido; se lo entregará en el transcurso de un gran banquete. Todos los hombres de Sérifos, jóvenes y adultos, se reúnen en la gran sala. Beben y comen, es una fiesta. Llega Perseo. Abre la puerta, le saludan, entra. Polidectes se pregunta qué va a ocurrir.
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Leído el mito de Perseo, al menos en la particular versión que nos ofrece Jean Pierre VERNANT, cuya obra es muy recomendable en muchos sentidos para cuestiones de mitología griega, podemos concluir con una pieza musical de la serenata “Andromeda Liberata”. Sin entrar aquí en cuestiones musicológicas respecto a la autoría y formación de tal pieza, algo que se escapa a nuestras capacidades, nos permitimos ofrecer el aria de Perseo titulada “Sovente il sole”, que el musicólogo francés Olivier Fourès identificó como pieza compuesta por Antonio Vivaldi. Se trata de un conmovedor largo en mi menor con violín obligado. La versión que les ofrezco para escuchar está cantada por el contratenor Philippe Jaroussky, acompañado del Ensemble Matheus, bajo la dirección de Jean Christophe Spinosi.
Si son capaces de soportar toda la belleza del aria, pueden enfrentarse a su escucha.
Sovente il sole
A menudo el sol
Si alguien estuviera interesado en las cuestiones que rodean la autoría de “Andromeda liberarata” pueden seguir el siguiente enlace, donde seguro que encontrarán alguna información de interés
http://www.goldbergweb.com/es/magazine/interviews/2005/02/30766_2.php
(Las imágenes que ilustran este tema han sido tomadas de diversas páginas de internet. Excúsennos las respectivas páginas y autores por no poder citarlas a todas. Sirva la presente nota para testimoniar nuestra deuda con todos ellos, por si alguna imagen estuviera sometida a derechos de autor)