lunes, 18 de mayo de 2009

ORFEO Y EURIDÍCE (según el texto de OVIDIO, según la ópera de GLUCK)


En la línea de la entrega anterior, pero sin que pretendamos con ello otorgarle carácter de continuidad a la propuesta, volvemos a enlazar diferentes plasmaciones de un mismo tema tomado de la mitología, seleccionando como excusa en este caso el mito clásico de Orfeo.

Primero la palabra escrita, según la narración que nos ofrece de ella el autor latino PUBLIO OVIDIO NASÓN, nacido en Sulmona, ciudad del Abruzzo Citerior, en el año 43 antes de Jesucristo, en su obra “Las metamorfosis”. Y para dar voz al narrador, utilizaremos la traducción que hiciera Vicente López Soto, realizada a partir del texto latino, y que publicó la Editorial Juventud S.A. en Barcelona en el año 2002.

Relata Ovidio en el Libro X de Las Metamorfosis:


ORFEO Y EURÍDICE (vv. 1-85)


Desde allí, Himeneo, cubierto con su manto color de azafrán, se aleja por la inmensidad de los aires y se dirige hacia la comarca de los cicones, y en vano le llama Orfeo. Se presentó en verdad, pero no llevaba palabras solemnes, ni rostro sonriente, ni un feliz presagio. Además, la antorcha que llevaba no cesaba de chisporrotear, extendiendo un humo que provocaba las lágrimas y, por mucho que la agitaba, no hacía salir la llama. El resultado es más grave que el presagio, porque mientras la nueva esposa, acompañada de un grupo de náyades, va correteando por la hierba, muere a causa de un la mordedura de una serpiente en el talón. Cuando el poeta del monte Ródope la hubo llorado lo bastante en la superficie de la tierra, quiso explorar personalmente la mansión de las sombras; osó descender por la puerta Tenaria hasta la Estigia. A través de pueblos leves y de fantasmas que han recibido sepultura, llegó ante Perséfone y el dueño del reino de las sombras, el soberano de las sombras; después de preludiar pulsando las cuerdas de su lira, cantó así:”¡Oh divinidades de este mundo subterráneo, a donde venimos a caer todos los que hemos nacido mortales!, si me es lícito, y dejando los rodeos de palabras artificiosas, permitidme deciros la verdad; no he descendido aquí para ver el Tártaro tenebroso, ni para encadenar los tres cuellos de serpiente del monstruo de Medusa; he venido en busca de mi esposa; una víbora le inyectó su veneno y la hizo perecer en la flor de la edad. He querido soportarlo y no negaré que lo he intentado, pero el Amor ha vencido. Este dios es bien conocido en las regiones superiores; no sé si aquí también lo será, aunque adivino que sí que lo es, pues, si no miente la fábula de un antiguo rapto, también os ha unido el amor. Por estos lugares llenos de espanto, por este inmenso Caos, por ese vasto y silencioso reino, yo os conjuro a que volváis a tejer la trama del destino de Eurídice, terminada de una manera tan apresurada. Todo se debe a vosotros y, después de un cierto tiempo, más tarde o más temprano, todos nos dirigimos aquí; ésta es al última morada y vosotros ejercéis el más largo reinado sobre el género humano. Ella también, cuando, una vez madura, haya cumplido los años que le corresponden, será sometida a vuestras leyes; pido el uso de un don, no ese mismo don. Y si los hados rehúsan concederme este favor para mi esposa, yo estoy decidido y no quiero regresar; gozad de la muerte de los dos.”

Mientras él exhalaba estas quejas, a las que acompañaba haciendo vibrar las cuerdas de su lira, las sombras exangües lloraban; Tántalo no intentaba coger el agua huidiza, y la rueda de Ixión se detuvo; las aves se olvidaron de desgarrar el hígado de su víctima; las nietas de Belo dejaron las urnas, y tú, Sísifo, te sentaste sobre tu roca. Se dice que entonces, por vez primera, las lágrimas humedecieron las mejillas de las Euménides, vencidas por este canto; ni la real esposa ni el que reina sobre los abismos de la tierra pudieron negarse al que tal pedía y llamaron a Eurídice; ella estaba entre las sombras llegadas recientemente y avanzaba poco a poco por su herida en el talón. Orfeo, del monte Ródope, obtiene su devolución, juntamente con la orden de que no vuelva la vista atrás antes de haber salido de los valles del Averno; de lo contrario, el don habría sido revocado. Ellos toman, en medio de un profundo silencio, un sendero en pendiente, escarpado, oscuro, envuelto en una espesa y opaca niebla. No estaban lejos de la superficie de la tierra, cuando, temiendo que se le escapara y ávido de verla, su amante esposo vuelve los ojos; inmediatamente, ella resbala hacia atrás; tendiendo los brazos, luchando por asir y ser cogida, la infeliz no coge sino el aire impalpable. Al morir por segunda vez, no se queja de su esposo (¿de qué podía quejarse sino de ser amada?). Le dirige el postrer adiós, que ya no llega apenas a sus oídos, y vuelve a rodar al abismo de donde salía.


Orfeo se estremeció por la segunda muerte de su esposa, como el que, lleno de espanto, vio las tres cabezas del perro, llevando encadenada la de en medio y al que no abandonó el terror hasta que la naturaleza quedó convertida en roca; como aquel Oleno que tomó sobre sí la falta de su esposa y quiso aparecer culpable, del mismo modo también tú, ¡oh desdichada Letea, confiada a tu belleza!, en otros tiempos corazones muy unidos, ahora piedras en la cima del monte Ida. El barquero impide [a Orfeo] que pase por segunda vez, a pesar de que éste ruega y lo desea; sin embargo, se sentó siete días en la orilla, abandonando su persona y los dones de Ceres; el amor y el dolor de su corazón y las lágrimas fueron su alimento. Quejándose de que los dioses del Erebo eran crueles, se retiró por fin a las alturas del Ródope y del Hemo batido por los aquilones. Por tercera vez, Titán había acabado el año cerrado por los peces, habitantes de las aguas, y Orfeo había rehuido todo contacto con las mujeres, ya porque había sufrido, ya porque había empeñado su fe; pero muchas anhelaron unirse al poeta, numerosas las que se dolieron al ser rechazadas. Fue él el que enseñó a los pueblos de la Tracia a dirigir el amor hacia los tiernos jóvenes y a recoger la breve primavera de esos años y sus primeras flores.”


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Leído el poeta latino, escuchemos ahora la recreación que de esa leyenda hizo el compositor austriaco CHRISTOPH WILLIBALD GLUCK (1714-1787), a partir de un libreto que fue elaborado por Raniero de’Calzabigi. En esta ocasión el final de la obra no resulta amargo para el poeta, porque, el Amor, apiadado del cariño que profesa Orfeo a su esposa, devuelve la vida a Eurídice.

Puesto que nuestra intención sólo es poner un poco de música al mito, utilizando para ello una obra que calificamos como preferida entre las correspondientes al género operístico, omitiremos la perorata erudita sobre la manera en la que el mito de Orfeo ha quedado reflejado en la historia de la música, de la importancia que pudo o no tener Gluck en la reforma de la ópera, tal y como ésta se practicaba hasta su época, o de las diversas versiones que existen de la obra que mostraremos abajo, bien realizadas por el propio compositor, bien logradas por otros músicos. Esa puede ser materia de otra entrada en este blog, o mejor, de búsqueda en la red para quienes sientan interés en tales cuestiones y pormenores

Pero para que nadie se nos despiste respecto a lo que pueda escuchar en los cortes musicales que propongamos, donde se oirán distintos voces femeninas en personajes masculinos, podemos señalar lo siguiente. Del “Orfeo ed Euridice” de Gluck hay dos versiones salidas de la mano del compositor. La primera de ellas fue estrenada en el Burgtheater de Viena, el 5 de octubre de 1762, siendo su principal intérprete un castrado: Gaetano Guadagni. Más adelante, cuando Gluck presentó su propuesta reformista en París, además de otras modificaciones, que restaron sobriedad a la obra, adaptó la parte de Orfeo para voz de tenor. Esta versión se estrenó en la Academia Real de Música de París el 2 de agosto de 1774.

Las voces femeninas de mezzosoprano o contralto han terminado por adueñarse del personaje de Orfeo, al desaparecer hace tiempo los castrados, y al descartarse habitualmente la partitura francesa para tenor por la agudísima tesitura que requiere del intérprete. El personaje de Orfeo ha tratado también de encontrar en los contratenores un sustituto a los castrati, pero la vocalidad no parece del todo suficiente para el objetivo y condiciona el tipo de orquesta con el que debe quedar arropada la voz.



Orfeo ed Euridice. Opera en tres actos
(resumen argumental tomado de MARTÍN TRIANA, José María: El libro de la ópera. Alianza Editorial. Madrid 1990)

Acto I. La tumba de Eurídice. Orfeo y sus amigos lloran su desaparición. El poeta echa de menos a la amada y en su desesperación le pide a los dioses que se la devuelvan o que él también desaparezca (Chiamo il mio ben ...). Condolido, Amor aparece y le dice que si sabe aplacar la ira de los dioses con su canto, Eurídice volverá a vivir, pero con una sola condición: Orfeo no podrá volver a mirarla de frente hasta que cruce la laguna Estigia. El poeta, sabiendo que se arriesga a que su mujer no comprenda su proceder, acepta el reto.





Acto II. Cuadro I. La entrada del Hades. Las furias bailan desenfrenadamente y recibe a Orfeo con todo su furor. El poeta intenta aplacarlas y canta su sufrimiento por verse separado de Eurídice (Deh! Placatevi con me…). Poco a poco las furias se apiadan de Orfeo y le dejan pasar (Ah! Quale incognito affetto flebile…).













Cuadro II. Los Campos Elíseos. Los espíritus felices danzan en un paisaje delicioso (Ballo), por lo bosque lo verdean y las flores que revisten los prados. Orfeo se acerca maravillado y asombrado de tanta calma, cantando el elogio del lugar (Che puro ciel!...) Sin embargo sigue echando de menos a su esposa. Los espíritus bienaventurados conmovidos, le entregan a Eurídice. Sin mirarla, el poeta la guía de la mano hacia la salida.






Acto III. Cuadro I. Montaña entre el infierno y la tierra. Eurídice no comprende el comportamiento de su esposo y así se lo dice. Ya que los dioses le han devuelto la vida, por lo menos Orfeo podría mirarla. Eurídice, creyendo que ya no la quiere, jura que prefiere morir (Vieni, apaga il tuo consorte!...Qual’vita è questa mai che a vivere incomincio!). Orfeo ya no puede resistir más los reproches de su esposa. Se vuelve y la mira. En ese momento, Eurídice vuelve a morir. Orfeo queda desconsolado (Che faró senza Eurídice?...) Amor, conmovido de nuevo por tanto cariño, le devuelve la vida a la esposa.











Cuadro II. En el templo del dios Amor, todos celebran tan fausto acontecimiento.

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Los fragmentos musicales han sido tomados, de entre todas las alternativas posibles, de la versión de Rene Jacobs (Harmonia Mundi), aunque sólo por el hecho de que ofrece algunos pasajes con menor fragmentación que otros directores.


Orfeo. Bernarda Fink (mezzosoprano)
Eurídice. Vernocia Cangemi (soprano)
Amore. Maria Cristina Kiehr (soprano)
Rias-Kammerchor
Freiburger Barockorchester




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