martes, 19 de mayo de 2009

HUBO UN TIEMPO EN EL QUE ODIÉ A CARMEN POSADAS


Quizá ese de odiar sea un término muy exagerado. Digamos más bien, por aquello de ser precisos, que sentía antipatía por ella. ¿Razones para ese sentimiento? Evidentemente, ninguna. Era un posicionamiento subjetivo ante un personaje con proyección pública. Si lo analizo fríamente desde la perspectiva que da el tiempo, reconozco que no había motivo alguno para posicionarse ni a favor ni en contra de esta mujer. No la conocía personalmente, ni nadie de mi entorno la frecuentaba. No había leído ningún escrito suyo, ni siquiera sabía que era escritora. Es más, uno diría que con el discreto papel que desempeñó en aquellos días en los que quedó expuesta a los medios, cuando su marido, el exgobernador del Banco de España Mariano Rubio, fue carne de noticiario, su corrección y saber estar hubiera sido digno de alabanza. Pero había algo en ella que no me resultaba simpático. Qué quieren, uno es como es y siente a las personas de manera muy diversa, incluso sin conocerlas.

Luego cambié de opinión. No fue nada radical, algo así como del odio al amor. Pero mi mirada fue otra bien distinta sin duda. La razón, un artículo de opinión publicado en el año 2007 en la revista XL Semanal, entre cuyas firmas había encontrado un hueco la escritora de origen uruguayo. Frente a tanto autor que no era capaz de levantar la vista más allá de su ombligo, centrando en él toda su capacidad discursiva, Carmen Posadas ofrecía al lector una mirada serena e inteligente sobre su entorno, descubriendo cosas o asuntos que podían despertar intereses y curiosidades ajenas. Una de ellas se plasmó en un artículo publicado el 29 de abril bajo el título “Hombres: instrucciones de uso”.

Si usted, lector ocasional de estas líneas, es un hombre, seguro que habrá de entenderme. Porque sólo un hombre es capaz de dejar la mirada perdida y la mente despejada durante cierto tiempo, sin ocupar sus pensamientos en nada concreto. La mujer, tal vez incapaz de realizar tal “proeza”, no alcanza a comprender que tal situación pueda darse, y preguntará inquisitiva en qué piensa ese hombre que, a su lado, parece distraído. Si verbaliza la pregunta, que lo hará, y la contestación es: “en nada”, seguro que ya la tenemos liada. Porque la mujer no entenderá la verdad que encierra tal contestación y buscará desentrañar ese pensamiento oscuro que supone ha atesorado la cabeza del hombre durante su momento de ausencia.

Y cuando uno, harto de dar continuas explicaciones a supuestos silencios plagados de ideas perversas, lo creía todo perdido, viene Carmen Posadas y, con una sencillez extrema, refiere que ese “en nada” no sólo es posible, sino también verdadero. Entonces, cómo no dar las gracias a la escritora por revelar tal verdad públicamente (en especial si se sirve desde una mano femenina), cómo no ver con nuevos ojos a quien antaño se vio de modo distinto cuando nos aporta, desinteresada, los argumentos que puedan acallar ciertas bocas, aplazar determinadas discusiones.

Le dimos desde ese momento una oportunidad antes negada, y no fuimos defraudados. Sus artículos, mientras tuvimos ocasión de frecuentarlos, nos gustaron, incluso más que los de algunos de los reputados colegas con los que se codeaba en la revista. Quizá su obra literaria haya despertado en nosotros menos interés que su faceta de articulista, es posible, pero no por ello dejamos de reconocer la estupidez de nuestros prejuicios y las valías que nos hacen descuidar e ignorar por enredarnos en ellos. Carmen Posadas fue sin duda una de las perjudicadas. Dicen que rectificar es de sabios, no sabemos si el dicho es acertado, pero nosotros, por si acaso, rectificamos.


Hombres: instrucciones de uso

Mi hermano Gervasio, que está a punto de publicar su primera novela (divertidísima, por cierto), me hizo ver el otro día algo en lo que yo nunca había reparado. Las revistas femeninas están llenas de consejos, advertencias y estrategias sobre cómo mejorar nuestras relaciones con los hombres. Las masculinas, en cambio, hablan de cómo mejorar los bíceps… También de cuál es el mejor restaurante del momento, qué loción evita la caída del pelo y cómo vestir sexy; pero de temas sentimentales, ni una línea. Para hacerme la interesante podría citar ahora al inefable Byron, pero prefiero tomar el camino de la Antropología: según esta ciencia, lo que sucede es que a las mujeres nos gusta hablar de nuestros sentimientos y a los hombres les horroriza. Dice la doctora Louann Brizendine, cuyo libro El cerebro femenino está batiendo récords, que todo viene de que nosotras hablamos tres veces más que los hombres. De hecho, utilizamos 20.000 palabras por día y los hombres, apenas 7.000. Hasta aquí todos los expertos están de acuerdo, pero después surgen las diferencias, porque mientras Brizendine asegura que hablar es «casi tan placentero como el sexo», otra famosa especialista, Alexandra Jacobs, opina que con dar la lata a nuestro hombre con eso de que hay que ‘hablar’ los problemas lo único que conseguimos es debilitar los lazos que nos unen. Su libro se llama, muy adecuadamente, La solución es no-hablar. Hablar o no hablar, ésa es la cuestión, pero mientras decidimos a qué bando apuntarnos, he aquí otro punto en el que están de acuerdo las dos autoras. Las mujeres deberíamos entrenarnos en comprender que los silencios masculinos en ningún caso son señal de rechazo o repudio. «No es que no nos quieran –aclara Brizendine–, simplemente están siendo muy varoniles.» Otra cosa que sorprende mucho a las mujeres y que también hay que recordar siempre, según estas sabias estudiosas, es que la cabeza masculina funciona de manera diferente de la nuestra. Por ejemplo, cuando observamos a un hombre sentado con la mirada perdida en el infinito y, preocupadas, le preguntamos en qué está pensando, la contestación más habitual es «en nada». «No es posible –pensamos inmediatamente nosotras–, nos está mintiendo, ¿qué le pasará? ¿Estará enfermo?, ¿preocupado?, ¿deprimido?» Y la respuesta a tan terribles incertidumbres, queridas mías, es «no». Ese hombre no está pensando en nada, algo inaudito para nosotras, que siempre estamos dale que dale al cerebro, pero es así. Este tipo de diferencias es el que hace que unos y otras no nos entendamos. Personalmente, como soy de pocas palabras, no me importa que los hombres que tengo cerca lo sean también, pero me resulta incomprensible, en cambio, eso de que piensen «en nada» o que rehúyan hablar de los problemas cuando los hay. Sin embargo, para ese escapismo sentimental, también tiene explicación la doctora Brizendine: la testosterona, según ella, reduce la parte del cerebro que se ocupa de registrar las palabras emocionales. En otras palabras: el hombre no registra esas 13.000 palabras que nos separan. Uf, qué alivio, pienso yo, así que no se está haciendo el sordo, es sordo.

Como ven, el tema resulta apasionante y da para mucha discusión. ¿Pueden modificarse su forma de ser o la nuestra? ¿Será la educación lo que hace que los hombres no escuchen y que las mujeres hablen de más? Las feministas han intentado varias veces lograr que los niños más pequeños jueguen a las muñecas o a las cocinitas para que se críen más sensibles, más atentos. Pero sus experimentos han acabado siempre en eso, en experimentos (cuando no con la cabeza de la muñeca convertida en pelota de fútbol y la cacerola, en tambor). La actual peste de lo políticamente correcto nos hace creer que todo lo que no nos gusta o no comprendemos del otro puede ser modificado. Pero yo pienso que es más práctico saber que sentimos diferente y comprender que lo que ellos hacen o dejan de hacer se debe, sencillamente, a que, como dice la canción, Men are different… Y nosotras, también.”

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Y si alguno quiere leer más, seguro que encontrará donde saciar su sed si sigue este enlace www.xlsemanal.com/carmenposadas. Aunque seguro que la escritora agradecería más que acudieran a una librería cercana para adquirir parte de su obra. Pero en tiempos de crisis….

En esa dirección encontrarán un buscador que les permitirá recuperar el artículo que arriba hemos trascrito, no en vano lo conservamos entre nuestros papeles desde que se publicó en abril de 2007, o todos aquellos artículos que hayan podido sucederse desde entonces.

Por cierto, nosotros hemos dado por sentado que conocen el nombre de Carmen Posadas. Si no fuera tal el caso, acudan a los buscadores de internet más habituales, ellos saciaran su curiosidad.

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