viernes, 22 de mayo de 2009

Ch'io mi scordi di te?


WOLFGANG AMADEUS MOZART (1756-1791)


CH'IO MI SCORDI DI TE?... NON TEMER, AMATO BENE K505
RECITATIVO Y ARIA DE CONCIERTO


“He aquí una de las grandes -quizá la más grande- de las arias de concierto de Mozart, un género que el músico cultivó de manera especialmente afortunada. Esta página, en la que se utilizan prácticamente las mismas palabras que las del aria de Idamente K490, escrita para la interpretación concertante en Viena de Idomeneo, es en realidad -y todos los comentaristas están de acuerdo en ello- una declaración de amor. No se sabe a ciencia cierta hasta que punto fueron íntimas las relaciones que el enamoradizo compositor llegó a mantener con la soprano inglesa Nancy Storace, para quién había creado meses atrás -en mayo del mismo año, 1786- el personaje de Susana de Bodas de Fígaro; en todo caso, no parece caber duda del profundo afecto que se profesaban. Y la pieza sería entonces una especie de despedida en la que la voz del compositor vendría representada por el piano obligado y la de la cantante por la de la soprano, que mantiene con aquél un diálogo lleno de nostalgia y ternura. "Para Mlle. Storace, y por mí, de su siervo y siempre amigo. W. A. Mozart", reza la dedicatoria. El teclado mantiene en general una serenidad mayor que la voz, pero uno y otro se funden e identifican frecuentemente y siguen las mismas líneas melódicas"

(REVERTER, Arturo: Mozart. Editorial Península. Barcelona 1995)

Intérpretes:
Victoria de los Angeles, soprano
Gerald Moore, piano
London Symphony Orchestra
Sir Adrian Boult
Registro: Mayo de 1959
Editado por Testament en 1996


Texto del aria en italiano y traducción al español

Ch'io mi scordi di te?
Che a lei mi doni puoi consigliarmi?
E puoi voler ch'io viva? Ah no!
Sarebbe il viver mio di morte assai peggior!
Venga la morte, intrepida l'attendo.
Ma, ch'io possa struggermi ad altra face,
ad altr'oggetto donar gl'affetti miei, ome tentarlo?
Ah, di dolor morrei!


Non temer, amato bene,
per te sempre il cor sarà!
Più non reggo a tante pene,
l'alma mia mancando va.
Tu sospiri? O duol funesto!
Pensa almen, che istante è questo!

AH! non mi posso, oh Dio!, spiegar.

Non temer, ecc.

Stelle barbare, stelle spietate!
Perché mai tanto rigor?
Alme belle, che vedete
le mie pene in tal momento,
dite voi, s'egual tormento
può soffrir un fido cor?

Non temer, ecc.


¿Crees que puedo olvidarme de ti?
¿Puedes realmente aconsejarme que me entregue a él?
Y puedes querer que en vida... ¡Ah, no!
¡Mi vida sería bastante peor que la muerte!

¡Que venga la muerte, la espero sin miedo!
No podría acercar mi rostro a otro que no sea el tuyo,
ni otorgar mi afecto a otra persona,
¿cómo intentarlo? ¡Ah, moriría de dolor!

No temas, amado bien,
para ti será siempre mi corazón.
Me es imposible soportar tantas penas,
mi alma me abandona.
¿Suspiras? ¡Oh, aflicción funesta!
¡Piensa al menos qué momento es éste!
¡Oh, Dios, no puedo hacerme comprender!

No temas, etc.

¡Crueles estrellas, estrellas despiadadas!
¿Por qué extremáis tanto vuestro rigor?
Bellas almas que contempláis
mis penas en un momento tal.
Decidme si un tormento semejante
lo puede sufrir un corazón fiel.

No temas, etc.



Foto tomada de: http://memory.loc.gov/service/pnp/cph/3b30000/3b33000/3b33700/3b33705r.jpg

¿QUÉ SABE LA MINISTRA DE DEFENSA Y NO QUIERE CONTARNOS?

Que la ministra de defensa de España, doña Carme Chacón, sabe algo (o cuando menos sospecha de una manera fundada) en el tema del accidente aéreo del Yakovlev-42D, y no quiere contarlo, es algo que resulta cada vez más evidente para este pobre ciudadano de a pie. Por el momento, la responsable de Defensa parece limitarse a tirar la piedra y esconder la mano.

Tras conocerse la sentencia condenatoria para tres militares por los errores cometidos, de manera consciente, durante el proceso de identificación de las víctimas del accidente aéreo ocurrido en tierras turcas en el año 2003, la ministra dijo en el Congreso, mirando hacia el hemiciclo, que “los verdaderos responsables están ahí sentados”. Una frase que se ha interpretado como “clara” insinuación de que don Federico Trillo, titular del cargo cuando ocurrió la tragedia, podía ser el “responsable” político de esa cadena de errores. Unas palabras que fueron tachadas de “indignas, abyectas y viles” por parte de la responsable de defensa del Partido Popular, doña Beatriz Rodríguez Salmones.


Pero la insinuación de la señora Chacón no deja de tener su aquél, porque ella ocupa en la actualidad el mismo cargó que tuvo el señor Trillo en el momento del accidente y de la repatriación de los restos mortales mal identificados. Luego algo sabrá de cuánta información manejan a ese respecto en los diversos niveles del aparato administrativo, de cómo se toman las decisiones dentro de ese Ministerio en determinadas cuestiones y de quienes están o no capacitados para tomar algunas de tales decisiones. Y si lo sabe, pues que lo diga, pero claramente. A lo mejor algunos respiran más aliviados.

Porque siempre resulta curioso que nada se mueve en un lugar si una jerarquía superior, a la que uno a veces no alcanza a situar en el organigrama general, no determina que algo se mueva y el sentido que debe adquirir dicho movimiento. De manera tal que, anticiparse a cualquier decisión y actuar de manera autónoma, supone, cuando menos, una buena bronca por saltarse jerarquías y rangos.

Para mover una planta de sitio, porque la pobre se muere a falta de luz, habrá que iniciar un largo proceso de peticiones a instancias cada vez más superiores para que resuelvan tal nimiedad, resultando que, cuando la han resuelto, ya nadie se acuerda del origen de todo ese expediente, porque la planta hace tiempo que se secó y fue retirada porque afeaba el entorno. Pero seguro que todos aquellos que debían dejar oír su palabra o plasmar su firma en algún documento del proceso, tuvieron a bien hacerlo. Faltaría más. Y lo que fue un simple papel, termina por convertirse en grueso legajo.

Ahora bien, cuando algo malo sucede ya no hay responsables máximos, todo se agota en la instancia más inferior. Nadie sabe nada, sólo existe la ignorancia. Donde antes todo era un ascendente piramidal de jerarquías que debían saber y ser informadas, ahora se revela únicamente el caos, el dominio de los pequeños reinos de taifas. Cuando fue necesario el permiso con los doce sellos lacrados para poder mover la planta, algo que nadie hubiera osado realizar de manera autónoma, se descubre con asombro, por ejemplo, que se hicieron tomas de luz y agua fraudulentas para todo un edificio puesto que los conserjes así lo quisieron, porque seguramente en su cargo y función estaba la capacidad decisoria para ello. Pero cuando se realizó ese proceso nadie vio nada, nadie sintió nada. ¿Rozas para el cableado? ¿De qué rozas me habla? ¿Sacos de escombros? Pensaba que allí se acumulaba el papel para el reciclado…pesadas ya parecían, pero es que hay papel de alto gramaje ¿Inexistencia de facturas y pagos por luz y agua? Siempre hay benefactores y almas samaritanas dispuestas a ayudar y podía tratarse de un programa piloto de las eléctricas y el Ayuntamiento.

Seamos un poco serios por una vez en este país. Y si la ministra sabe algo, que lo diga. Pero claramente. Sin insinuaciones.

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Fotografías tomadas de:
www.eitb24.com/archivos/imagenes/eitb24/politica (imagen de Carme Chacón)
www.elpais.com/recorte (imagen del accidente del Yakolev 42)

miércoles, 20 de mayo de 2009

¡SE NOS VA TODO, SE NOS VA TODO!

AUSENCIA
(Gabriela Mistral)

Se va de ti mi cuerpo gota a gota.
Se va mi cara en un óleo sordo;
Se van mis manos en azogue suelto;
Se van mis pies en dos tiempos de polvo.

¡Se te va todo, se nos va todo!

Se va mi voz, que te hacía campana
cerrada a cuanto no somos nosotros.
Se van mis gestos que se devanaban.
en lanzaderas, debajo tus ojos.
Y se te va la mirada que entrega,
cuando te mira, el enebro y el olmo.

Me voy de ti con tus mismos alientos:
como humedad de tu cuerpo evaporo.
Me voy de ti con vigilia y con sueño,
y en tu memoria me vuelvo como esos
que no nacieron ni en llanos ni en sotos.

Sangre sería y me fuese en las palmas
de tu labor, y en tu boca de mosto.
Tu entraña fuese, y sería quemada
en marchas tuyas que nunca más oigo,
¡y en tu pasión se retumba en la noche
como demencia de mares solos!

¡Se nos va todo, se nos va todo!


El poema de Gabriela Mistral siempre se le viene a uno a la cabeza, entre otros momentos, cuando se mira a la ciudad en la que uno vive y a la que tanto ve cambiar. Desaparecidas las antiguas actividades que le dieron un nombre y abandonadas las construcciones que las albergaron, todo parece estorbar entonces al ciudadano, como si las ruinas de las edificaciones les impidieran ver el horizonte o volvieran el aire, de pronto, irrespirable. El recurso a la demolición se hace entonces necesario, como si de los escombros fuera a brotar un futuro más luminoso para todos. Desmantelar, desmantelar y desmantelar. Parece que en ese urgente objetivo se les agota a algunos la vida.

En el proceso la ciudad pierde su esencia, los rasgos característicos que permiten reconocerla, los atributos que informan silenciosos de lo que fue antaño, cuando otros hombres la habitaron, cuando otros pelearon por vivirla. La imagen de la ciudad que fue escenario de nuestra vida se va borrando paulatinamente del paisaje. Y, a nuestro pesar, también se diluye poco a poco de la memoria, porque los recuerdos se ven privados de un soporte físico que permita cimentarlos.

Nadie reniega de los nuevos escenarios que nos ofrecen quienes orquestan los cambios. Nos falta todavía el tiempo necesario para habituarnos a ellos y para poder vivirlos. Lo que se reprocha sin duda es la falta del esfuerzo, aunque hubiera sido mínimo, para que una parte de lo antiguo pudiera haber contemplado el futuro, para que el futuro pudiera haber visto algo de ese pasado. No es necesario conservarlo todo en la ciudad, como si nos negáramos obstinadamente al progreso. Pero tampoco parece prudente arrasar con todos los testimonios que nos dejaron quienes nos precedieron, como si nada nos hubieran legado, como si nada hubiéramos de haber transmitido.








(Las fotografías corresponden al Fondo Euskalduna, custodiado en el Archivo Foral de Bizkaia)

martes, 19 de mayo de 2009

HUBO UN TIEMPO EN EL QUE ODIÉ A CARMEN POSADAS


Quizá ese de odiar sea un término muy exagerado. Digamos más bien, por aquello de ser precisos, que sentía antipatía por ella. ¿Razones para ese sentimiento? Evidentemente, ninguna. Era un posicionamiento subjetivo ante un personaje con proyección pública. Si lo analizo fríamente desde la perspectiva que da el tiempo, reconozco que no había motivo alguno para posicionarse ni a favor ni en contra de esta mujer. No la conocía personalmente, ni nadie de mi entorno la frecuentaba. No había leído ningún escrito suyo, ni siquiera sabía que era escritora. Es más, uno diría que con el discreto papel que desempeñó en aquellos días en los que quedó expuesta a los medios, cuando su marido, el exgobernador del Banco de España Mariano Rubio, fue carne de noticiario, su corrección y saber estar hubiera sido digno de alabanza. Pero había algo en ella que no me resultaba simpático. Qué quieren, uno es como es y siente a las personas de manera muy diversa, incluso sin conocerlas.

Luego cambié de opinión. No fue nada radical, algo así como del odio al amor. Pero mi mirada fue otra bien distinta sin duda. La razón, un artículo de opinión publicado en el año 2007 en la revista XL Semanal, entre cuyas firmas había encontrado un hueco la escritora de origen uruguayo. Frente a tanto autor que no era capaz de levantar la vista más allá de su ombligo, centrando en él toda su capacidad discursiva, Carmen Posadas ofrecía al lector una mirada serena e inteligente sobre su entorno, descubriendo cosas o asuntos que podían despertar intereses y curiosidades ajenas. Una de ellas se plasmó en un artículo publicado el 29 de abril bajo el título “Hombres: instrucciones de uso”.

Si usted, lector ocasional de estas líneas, es un hombre, seguro que habrá de entenderme. Porque sólo un hombre es capaz de dejar la mirada perdida y la mente despejada durante cierto tiempo, sin ocupar sus pensamientos en nada concreto. La mujer, tal vez incapaz de realizar tal “proeza”, no alcanza a comprender que tal situación pueda darse, y preguntará inquisitiva en qué piensa ese hombre que, a su lado, parece distraído. Si verbaliza la pregunta, que lo hará, y la contestación es: “en nada”, seguro que ya la tenemos liada. Porque la mujer no entenderá la verdad que encierra tal contestación y buscará desentrañar ese pensamiento oscuro que supone ha atesorado la cabeza del hombre durante su momento de ausencia.

Y cuando uno, harto de dar continuas explicaciones a supuestos silencios plagados de ideas perversas, lo creía todo perdido, viene Carmen Posadas y, con una sencillez extrema, refiere que ese “en nada” no sólo es posible, sino también verdadero. Entonces, cómo no dar las gracias a la escritora por revelar tal verdad públicamente (en especial si se sirve desde una mano femenina), cómo no ver con nuevos ojos a quien antaño se vio de modo distinto cuando nos aporta, desinteresada, los argumentos que puedan acallar ciertas bocas, aplazar determinadas discusiones.

Le dimos desde ese momento una oportunidad antes negada, y no fuimos defraudados. Sus artículos, mientras tuvimos ocasión de frecuentarlos, nos gustaron, incluso más que los de algunos de los reputados colegas con los que se codeaba en la revista. Quizá su obra literaria haya despertado en nosotros menos interés que su faceta de articulista, es posible, pero no por ello dejamos de reconocer la estupidez de nuestros prejuicios y las valías que nos hacen descuidar e ignorar por enredarnos en ellos. Carmen Posadas fue sin duda una de las perjudicadas. Dicen que rectificar es de sabios, no sabemos si el dicho es acertado, pero nosotros, por si acaso, rectificamos.


Hombres: instrucciones de uso

Mi hermano Gervasio, que está a punto de publicar su primera novela (divertidísima, por cierto), me hizo ver el otro día algo en lo que yo nunca había reparado. Las revistas femeninas están llenas de consejos, advertencias y estrategias sobre cómo mejorar nuestras relaciones con los hombres. Las masculinas, en cambio, hablan de cómo mejorar los bíceps… También de cuál es el mejor restaurante del momento, qué loción evita la caída del pelo y cómo vestir sexy; pero de temas sentimentales, ni una línea. Para hacerme la interesante podría citar ahora al inefable Byron, pero prefiero tomar el camino de la Antropología: según esta ciencia, lo que sucede es que a las mujeres nos gusta hablar de nuestros sentimientos y a los hombres les horroriza. Dice la doctora Louann Brizendine, cuyo libro El cerebro femenino está batiendo récords, que todo viene de que nosotras hablamos tres veces más que los hombres. De hecho, utilizamos 20.000 palabras por día y los hombres, apenas 7.000. Hasta aquí todos los expertos están de acuerdo, pero después surgen las diferencias, porque mientras Brizendine asegura que hablar es «casi tan placentero como el sexo», otra famosa especialista, Alexandra Jacobs, opina que con dar la lata a nuestro hombre con eso de que hay que ‘hablar’ los problemas lo único que conseguimos es debilitar los lazos que nos unen. Su libro se llama, muy adecuadamente, La solución es no-hablar. Hablar o no hablar, ésa es la cuestión, pero mientras decidimos a qué bando apuntarnos, he aquí otro punto en el que están de acuerdo las dos autoras. Las mujeres deberíamos entrenarnos en comprender que los silencios masculinos en ningún caso son señal de rechazo o repudio. «No es que no nos quieran –aclara Brizendine–, simplemente están siendo muy varoniles.» Otra cosa que sorprende mucho a las mujeres y que también hay que recordar siempre, según estas sabias estudiosas, es que la cabeza masculina funciona de manera diferente de la nuestra. Por ejemplo, cuando observamos a un hombre sentado con la mirada perdida en el infinito y, preocupadas, le preguntamos en qué está pensando, la contestación más habitual es «en nada». «No es posible –pensamos inmediatamente nosotras–, nos está mintiendo, ¿qué le pasará? ¿Estará enfermo?, ¿preocupado?, ¿deprimido?» Y la respuesta a tan terribles incertidumbres, queridas mías, es «no». Ese hombre no está pensando en nada, algo inaudito para nosotras, que siempre estamos dale que dale al cerebro, pero es así. Este tipo de diferencias es el que hace que unos y otras no nos entendamos. Personalmente, como soy de pocas palabras, no me importa que los hombres que tengo cerca lo sean también, pero me resulta incomprensible, en cambio, eso de que piensen «en nada» o que rehúyan hablar de los problemas cuando los hay. Sin embargo, para ese escapismo sentimental, también tiene explicación la doctora Brizendine: la testosterona, según ella, reduce la parte del cerebro que se ocupa de registrar las palabras emocionales. En otras palabras: el hombre no registra esas 13.000 palabras que nos separan. Uf, qué alivio, pienso yo, así que no se está haciendo el sordo, es sordo.

Como ven, el tema resulta apasionante y da para mucha discusión. ¿Pueden modificarse su forma de ser o la nuestra? ¿Será la educación lo que hace que los hombres no escuchen y que las mujeres hablen de más? Las feministas han intentado varias veces lograr que los niños más pequeños jueguen a las muñecas o a las cocinitas para que se críen más sensibles, más atentos. Pero sus experimentos han acabado siempre en eso, en experimentos (cuando no con la cabeza de la muñeca convertida en pelota de fútbol y la cacerola, en tambor). La actual peste de lo políticamente correcto nos hace creer que todo lo que no nos gusta o no comprendemos del otro puede ser modificado. Pero yo pienso que es más práctico saber que sentimos diferente y comprender que lo que ellos hacen o dejan de hacer se debe, sencillamente, a que, como dice la canción, Men are different… Y nosotras, también.”

********************

Y si alguno quiere leer más, seguro que encontrará donde saciar su sed si sigue este enlace www.xlsemanal.com/carmenposadas. Aunque seguro que la escritora agradecería más que acudieran a una librería cercana para adquirir parte de su obra. Pero en tiempos de crisis….

En esa dirección encontrarán un buscador que les permitirá recuperar el artículo que arriba hemos trascrito, no en vano lo conservamos entre nuestros papeles desde que se publicó en abril de 2007, o todos aquellos artículos que hayan podido sucederse desde entonces.

Por cierto, nosotros hemos dado por sentado que conocen el nombre de Carmen Posadas. Si no fuera tal el caso, acudan a los buscadores de internet más habituales, ellos saciaran su curiosidad.

lunes, 18 de mayo de 2009

Se nos fue MARIO BENEDETTI





Como tantos otros. Quizá por eso hoy el mundo es un lugar un poco más triste









AMOR, DE TARDE

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cinco
y soy una manija que calcula intereses
o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un oído que escucha como ladra el teléfono
o un tipo que hace números y les saca verdades.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte de sorpresa
y decirme “¿Qué tal?” y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tinte azul de mi carbónico.

(Poemas de oficina 1953-1956)



TÁCTICA Y ESTRATEGIA

Mi táctica es
mirarte
aprender como sos
quererte como sos

mi táctica es
hablarte
y escucharte
construir con palabras un puente indestructible

mi táctica es
quedarme en tu recuerdo
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
pero quedarme en vos

mi táctica es
ser franco
y saber que sos franca
y que no nos vendamos simulacros
para que entre los dos
no haya telón
ni abismos

mi estrategia es
en cambio
más profunda y más
simple

mi estrategia es
que un día cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites.

(Poemas de otros. 1973-1974)



DECIR QUE NO

Ya lo sabemos
es difícil
decir que no
decir no quiero

ver que el dinero forma un cerco
alrededor de tu esperanza
sentir que otros
los peores
entran a saco en tu sueño

ya lo sabemos
es difícil
decir que no
decir no quiero

no obstante
cómo desalienta
verte bajar de tu esperanza
saberte lejos de ti mismo

oírte
primero despacito
decir que sí
decir sí quiero
comunicarlo luego al mundo
con un orgullo enojado
y ver que un día
pobre diablo
ya para siempre pordiosero
poquito a poco
abres la mano

y nunca más
puedes
cerrarla.

(Contra los puentes levadizos. 1965-1966)



HAGAMOS UN TRATO

Compañera
usted sabe
que puede contar
conmigo
no hasta dos
o hasta diez
sino contar
conmigo

si alguna vez
advierte
que la miro a los ojos
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense qué delirio
a pesar de la veta
o tal vez porque existe
usted puede contar conmigo

si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo
no piense qué flojera
igual puede contar conmigo

pero hagamos un trato
yo quisiera contar
con usted
es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos
aunque sea hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo

(Poemas de otros. 1973-1974)


TE QUIERO

Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia

si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

tus ojos son mi conjuro
contra la mala jornada
te quiero por tu mirada
que mira y siembra futuro

tu boca que es tuya y mía
tu boca no se equivoca
te quiero porque tu boca
sabe gritar rebeldía

si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero

y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola

te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente vive feliz
aunque no tenga permiso

si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos

(Poemas de otros. 1973-1974)


Descanse en paz, al fin, el poeta, el hombre

ORFEO Y EURIDÍCE (según el texto de OVIDIO, según la ópera de GLUCK)


En la línea de la entrega anterior, pero sin que pretendamos con ello otorgarle carácter de continuidad a la propuesta, volvemos a enlazar diferentes plasmaciones de un mismo tema tomado de la mitología, seleccionando como excusa en este caso el mito clásico de Orfeo.

Primero la palabra escrita, según la narración que nos ofrece de ella el autor latino PUBLIO OVIDIO NASÓN, nacido en Sulmona, ciudad del Abruzzo Citerior, en el año 43 antes de Jesucristo, en su obra “Las metamorfosis”. Y para dar voz al narrador, utilizaremos la traducción que hiciera Vicente López Soto, realizada a partir del texto latino, y que publicó la Editorial Juventud S.A. en Barcelona en el año 2002.

Relata Ovidio en el Libro X de Las Metamorfosis:


ORFEO Y EURÍDICE (vv. 1-85)


Desde allí, Himeneo, cubierto con su manto color de azafrán, se aleja por la inmensidad de los aires y se dirige hacia la comarca de los cicones, y en vano le llama Orfeo. Se presentó en verdad, pero no llevaba palabras solemnes, ni rostro sonriente, ni un feliz presagio. Además, la antorcha que llevaba no cesaba de chisporrotear, extendiendo un humo que provocaba las lágrimas y, por mucho que la agitaba, no hacía salir la llama. El resultado es más grave que el presagio, porque mientras la nueva esposa, acompañada de un grupo de náyades, va correteando por la hierba, muere a causa de un la mordedura de una serpiente en el talón. Cuando el poeta del monte Ródope la hubo llorado lo bastante en la superficie de la tierra, quiso explorar personalmente la mansión de las sombras; osó descender por la puerta Tenaria hasta la Estigia. A través de pueblos leves y de fantasmas que han recibido sepultura, llegó ante Perséfone y el dueño del reino de las sombras, el soberano de las sombras; después de preludiar pulsando las cuerdas de su lira, cantó así:”¡Oh divinidades de este mundo subterráneo, a donde venimos a caer todos los que hemos nacido mortales!, si me es lícito, y dejando los rodeos de palabras artificiosas, permitidme deciros la verdad; no he descendido aquí para ver el Tártaro tenebroso, ni para encadenar los tres cuellos de serpiente del monstruo de Medusa; he venido en busca de mi esposa; una víbora le inyectó su veneno y la hizo perecer en la flor de la edad. He querido soportarlo y no negaré que lo he intentado, pero el Amor ha vencido. Este dios es bien conocido en las regiones superiores; no sé si aquí también lo será, aunque adivino que sí que lo es, pues, si no miente la fábula de un antiguo rapto, también os ha unido el amor. Por estos lugares llenos de espanto, por este inmenso Caos, por ese vasto y silencioso reino, yo os conjuro a que volváis a tejer la trama del destino de Eurídice, terminada de una manera tan apresurada. Todo se debe a vosotros y, después de un cierto tiempo, más tarde o más temprano, todos nos dirigimos aquí; ésta es al última morada y vosotros ejercéis el más largo reinado sobre el género humano. Ella también, cuando, una vez madura, haya cumplido los años que le corresponden, será sometida a vuestras leyes; pido el uso de un don, no ese mismo don. Y si los hados rehúsan concederme este favor para mi esposa, yo estoy decidido y no quiero regresar; gozad de la muerte de los dos.”

Mientras él exhalaba estas quejas, a las que acompañaba haciendo vibrar las cuerdas de su lira, las sombras exangües lloraban; Tántalo no intentaba coger el agua huidiza, y la rueda de Ixión se detuvo; las aves se olvidaron de desgarrar el hígado de su víctima; las nietas de Belo dejaron las urnas, y tú, Sísifo, te sentaste sobre tu roca. Se dice que entonces, por vez primera, las lágrimas humedecieron las mejillas de las Euménides, vencidas por este canto; ni la real esposa ni el que reina sobre los abismos de la tierra pudieron negarse al que tal pedía y llamaron a Eurídice; ella estaba entre las sombras llegadas recientemente y avanzaba poco a poco por su herida en el talón. Orfeo, del monte Ródope, obtiene su devolución, juntamente con la orden de que no vuelva la vista atrás antes de haber salido de los valles del Averno; de lo contrario, el don habría sido revocado. Ellos toman, en medio de un profundo silencio, un sendero en pendiente, escarpado, oscuro, envuelto en una espesa y opaca niebla. No estaban lejos de la superficie de la tierra, cuando, temiendo que se le escapara y ávido de verla, su amante esposo vuelve los ojos; inmediatamente, ella resbala hacia atrás; tendiendo los brazos, luchando por asir y ser cogida, la infeliz no coge sino el aire impalpable. Al morir por segunda vez, no se queja de su esposo (¿de qué podía quejarse sino de ser amada?). Le dirige el postrer adiós, que ya no llega apenas a sus oídos, y vuelve a rodar al abismo de donde salía.


Orfeo se estremeció por la segunda muerte de su esposa, como el que, lleno de espanto, vio las tres cabezas del perro, llevando encadenada la de en medio y al que no abandonó el terror hasta que la naturaleza quedó convertida en roca; como aquel Oleno que tomó sobre sí la falta de su esposa y quiso aparecer culpable, del mismo modo también tú, ¡oh desdichada Letea, confiada a tu belleza!, en otros tiempos corazones muy unidos, ahora piedras en la cima del monte Ida. El barquero impide [a Orfeo] que pase por segunda vez, a pesar de que éste ruega y lo desea; sin embargo, se sentó siete días en la orilla, abandonando su persona y los dones de Ceres; el amor y el dolor de su corazón y las lágrimas fueron su alimento. Quejándose de que los dioses del Erebo eran crueles, se retiró por fin a las alturas del Ródope y del Hemo batido por los aquilones. Por tercera vez, Titán había acabado el año cerrado por los peces, habitantes de las aguas, y Orfeo había rehuido todo contacto con las mujeres, ya porque había sufrido, ya porque había empeñado su fe; pero muchas anhelaron unirse al poeta, numerosas las que se dolieron al ser rechazadas. Fue él el que enseñó a los pueblos de la Tracia a dirigir el amor hacia los tiernos jóvenes y a recoger la breve primavera de esos años y sus primeras flores.”


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Leído el poeta latino, escuchemos ahora la recreación que de esa leyenda hizo el compositor austriaco CHRISTOPH WILLIBALD GLUCK (1714-1787), a partir de un libreto que fue elaborado por Raniero de’Calzabigi. En esta ocasión el final de la obra no resulta amargo para el poeta, porque, el Amor, apiadado del cariño que profesa Orfeo a su esposa, devuelve la vida a Eurídice.

Puesto que nuestra intención sólo es poner un poco de música al mito, utilizando para ello una obra que calificamos como preferida entre las correspondientes al género operístico, omitiremos la perorata erudita sobre la manera en la que el mito de Orfeo ha quedado reflejado en la historia de la música, de la importancia que pudo o no tener Gluck en la reforma de la ópera, tal y como ésta se practicaba hasta su época, o de las diversas versiones que existen de la obra que mostraremos abajo, bien realizadas por el propio compositor, bien logradas por otros músicos. Esa puede ser materia de otra entrada en este blog, o mejor, de búsqueda en la red para quienes sientan interés en tales cuestiones y pormenores

Pero para que nadie se nos despiste respecto a lo que pueda escuchar en los cortes musicales que propongamos, donde se oirán distintos voces femeninas en personajes masculinos, podemos señalar lo siguiente. Del “Orfeo ed Euridice” de Gluck hay dos versiones salidas de la mano del compositor. La primera de ellas fue estrenada en el Burgtheater de Viena, el 5 de octubre de 1762, siendo su principal intérprete un castrado: Gaetano Guadagni. Más adelante, cuando Gluck presentó su propuesta reformista en París, además de otras modificaciones, que restaron sobriedad a la obra, adaptó la parte de Orfeo para voz de tenor. Esta versión se estrenó en la Academia Real de Música de París el 2 de agosto de 1774.

Las voces femeninas de mezzosoprano o contralto han terminado por adueñarse del personaje de Orfeo, al desaparecer hace tiempo los castrados, y al descartarse habitualmente la partitura francesa para tenor por la agudísima tesitura que requiere del intérprete. El personaje de Orfeo ha tratado también de encontrar en los contratenores un sustituto a los castrati, pero la vocalidad no parece del todo suficiente para el objetivo y condiciona el tipo de orquesta con el que debe quedar arropada la voz.



Orfeo ed Euridice. Opera en tres actos
(resumen argumental tomado de MARTÍN TRIANA, José María: El libro de la ópera. Alianza Editorial. Madrid 1990)

Acto I. La tumba de Eurídice. Orfeo y sus amigos lloran su desaparición. El poeta echa de menos a la amada y en su desesperación le pide a los dioses que se la devuelvan o que él también desaparezca (Chiamo il mio ben ...). Condolido, Amor aparece y le dice que si sabe aplacar la ira de los dioses con su canto, Eurídice volverá a vivir, pero con una sola condición: Orfeo no podrá volver a mirarla de frente hasta que cruce la laguna Estigia. El poeta, sabiendo que se arriesga a que su mujer no comprenda su proceder, acepta el reto.





Acto II. Cuadro I. La entrada del Hades. Las furias bailan desenfrenadamente y recibe a Orfeo con todo su furor. El poeta intenta aplacarlas y canta su sufrimiento por verse separado de Eurídice (Deh! Placatevi con me…). Poco a poco las furias se apiadan de Orfeo y le dejan pasar (Ah! Quale incognito affetto flebile…).













Cuadro II. Los Campos Elíseos. Los espíritus felices danzan en un paisaje delicioso (Ballo), por lo bosque lo verdean y las flores que revisten los prados. Orfeo se acerca maravillado y asombrado de tanta calma, cantando el elogio del lugar (Che puro ciel!...) Sin embargo sigue echando de menos a su esposa. Los espíritus bienaventurados conmovidos, le entregan a Eurídice. Sin mirarla, el poeta la guía de la mano hacia la salida.






Acto III. Cuadro I. Montaña entre el infierno y la tierra. Eurídice no comprende el comportamiento de su esposo y así se lo dice. Ya que los dioses le han devuelto la vida, por lo menos Orfeo podría mirarla. Eurídice, creyendo que ya no la quiere, jura que prefiere morir (Vieni, apaga il tuo consorte!...Qual’vita è questa mai che a vivere incomincio!). Orfeo ya no puede resistir más los reproches de su esposa. Se vuelve y la mira. En ese momento, Eurídice vuelve a morir. Orfeo queda desconsolado (Che faró senza Eurídice?...) Amor, conmovido de nuevo por tanto cariño, le devuelve la vida a la esposa.











Cuadro II. En el templo del dios Amor, todos celebran tan fausto acontecimiento.

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Los fragmentos musicales han sido tomados, de entre todas las alternativas posibles, de la versión de Rene Jacobs (Harmonia Mundi), aunque sólo por el hecho de que ofrece algunos pasajes con menor fragmentación que otros directores.


Orfeo. Bernarda Fink (mezzosoprano)
Eurídice. Vernocia Cangemi (soprano)
Amore. Maria Cristina Kiehr (soprano)
Rias-Kammerchor
Freiburger Barockorchester




viernes, 15 de mayo de 2009

La desdichada Ariadna, en texto y en música

Entre las muchas cosas con las que a uno le gusta disfrutar de vez en cuando, hay dos que cabría resaltar en este momento. Una primera, que procede de los años escolares y se prolonga, aunque algo mitigada, hasta la actualidad, es la mitología griega. Y entre las narraciones que la componen, siempre he sentido atracción por el mito de Ariadna, la joven cretense abandonada por Teseo en la isla de Naxos tras ayudarle a vencer al Minotauro.

Una segunda, y que se dejará sentir mucho en este blog, si es que el ánimo me alcanza para darle una cierta continuidad, es la música llamada clásica. Sobre todo en aquellos exponentes en los que tiene cabida la voz humana, especialmente la femenina, ya sea en su forma operística, ya sea bajo forma cancioneril.

Es posible, sin embargo, que las composiciones de Franz Joseph Haydn (1732-1809) no se encuentren entre las que más frecuento del repertorio clásico, pero siento especial “empatía” por la cantata que compusiera el músico austriaco sobre Ariadna, evocando todos los estados de ánimo de la desgraciada joven.

Y entre las posibles versiones de la pieza, algunas de ellas muy estimables, me he decantado por aquella en la que se deja escuchar el espléndido arte canoro de la soprano estadounidense, tristemente fallecida, ARLEEN AUGER. Quizá no se encuentre instalada en el apretado pelotón de las más grandes voces femeninas de la historia, pero seguro que apenas se encuentra un pasito detrás de ellas.






ARIADNA

(Tomado de: GARCÍA GUAL, Carlos: Diccionario de mitos. Editorial Planeta. Barcelona 1997)

"La joven princesa es seducida por el bello extranjero, que se ha presentado como el héroe de sus sueños, y le ayuda a conquistar el botín, traicionando a los suyos, y luego tras la victoria se fuga con él. Pero el joven seductor no cumple la promesa de matrimonio y abandona a la ingenua enamorada mientras ella duerme, y se aleja camino de su patria, triunfador del monstruo y sin ninguna ligadura sentimental. Ése podría ser, en breve apunte, el esquema de la historia de Ariadna, la princesa cretense que se dejó seducir por Teseo.

Queda algo más en el destino de ambos. A Teseo, hábil en vencer obstáculos, le aguarda el trono de Atenas y mucha gloria heroica, y otra boda regia (sorprendentemente con una hermana de Ariadna, Fedra, y esta vez no saldrá tan bien parado). A Ariadna el encuentro con el divino Dioniso y su cortejo báquico, después de un amargo despertar en soledad, cuando a la luz del alba el barco de Teseo fugitivo era y sólo una mancha breve y oscura –negra era la vela de su barco- allá en el horizonte marino.

El mito es bien conocido en sus líneas fundamentales. La historia de Ariadna es sólo un episodio en la de Teseo. Contado así se parece a otros. Es la historia de una seducción y un abandono, de un enamoramiento aprovechado y mal correspondido, de una princesa que atraicionó a su familia por el amor del viajero, y se encuentra luego sola y desterrada. Pero, como en otros mitos, en los detalles está su gracia singular. Y también en algunas imágenes. Como dos que contrastan entre sí: la primera es la de al muchacha que, con un ovillo de hilo en la mano, aguarda a la salida del laberinto. La segunda, la de esa joven que se despierta y mira el mar, en la orilla de la isla de Naxos y sólo escucha el rumor de las olas. Pero cabe aún una tercera estampa en el contraste: el dios Dioniso, coronado de pámpanos y con su alegre cortejo ritual, tiende hacia Ariadna sus amorosos brazos. Volvamos al relato. Y recordemos los datos esenciales.

Hija del poderoso rey Minos de Creta y de su esposa, la apasionada Pasífae, Ariadna fue princesa en la gran isla y habitaba el palacio real junto al tortuoso Laberinto construido por Dédalo para albergar a su hermanastro, el semihumano Minotauro. Atenas enviaba como tributo al soberano de Creta siete parejas de jóvenes de cuando en cuando. El Minotauro los devoraba en su inmensa guarida. Pero en el tercer envío llegó, entre esos jóvenes, el héroe Teseo, jijo del rey Egeo, o quizá del dios Poseidón, Ariadna se enamoró de él y le prometió su ayuda para escapar del intrincado palacio del monstruo.

El Laberinto había sido construido por el arquitecto e ingeniero Dédalo, para recluir al fondo de sus zigzagueantes pasadizos al monstruo, hijo de Pasífae y del toro de Poseidón, espanto y misterio de Creta. Con cabeza taurina y cuerpo humano, la figura ruge en el fondo oscuro y aguarda a sus víctimas. Su fama está ligada al recinto de múltiples recovecos. Labyrinthos es un nombre prehelénico, que seguramente significa “palacio del hacha doble”, llamada en griego lábrys. El hacha doble es un signo pintado con frecuencia en las paredes de las ruinas excavadas en Cnosos por sir Arthur Evans, en ese palacio de cientos de habitaciones y quebrados pasillos. Allí algunas pinturas murales recuerdan antiguas fiestas y cultos al toro. Y los arqueólogos han encontrado estatuillas de cabezas de toros de cuernos dorados, que aluden a los mismos ritos.

Pasífae, esposa de Minos y madre del Minotauro, tiene un nombre que parece significar “la que brilla para todos” –pasi phaés-, muy adecuado a una hija de Helios, el dios Sol, y sus hijas tienen también nombres lucidos: Fedra es la “resplandeciente” -phaídra- y Ariadna “la muy santa” –ari hagna-, un epíteto de la Luna. Por su lado materno, Ariadna es prima de Medea y sobrina de Circe, con las que comparte esa tendencia a dejarse seducir por héroes griegos. Medea ayudó a Jasón y Circe a Ulises. De esa estirpe solar y enamoradiza era la joven princesa, menos maga que su tía y su prima. A Teseo ella le ofreció una puntual ayuda: tan sólo un cabo de hilo, mientras ella se quedaba con e ovillo.

El héroe lo iba soltando a medida que avanzaba en el interior del Laberinto, para luego recogerlo y salir al exterior. Avanzó Teseo al encuentro del Minotauro, acabó con él en reñido duelo, y volvió a la luz para encontrarse en los brazos de Ariadna, que le aguardaba. Como estaba pactado, la hizo subir a su nave, junto con los siete muchachos y las siete muchachas rescatados, y zarpó rumbo a Atenas con e viento hinchando la vela negra. En las escenas de la cerámica clásica está retratada la victoria del héroe sobre el monstruo astado. Fue un triunfo esperado y muy celebrado.

En un cuento maravilloso sigue siempre a la victoria sobre el monstruo la secuencia de la boda principesca feliz. Pero en los mitos caben las sorpresas. El mar azul brinda a los amantes una fuga fácil de las iras de Minos. Por el camino los alegres jóvenes inventaron una danza nueva, “la de la grulla”, todos en fila y agarrados de las manos, corriendo en zigzag, como recuerdo del Laberinto. Pero Ariadna no llegó a Atenas. Se quedó en el camino, abandonada.






Respecto al motivo del abandono en la isla de Naxos (o Día según otras versiones), la tradición ofrece unas curiosas variantes. Según Homero, la diosa Artemis mató a la joven de un flechazo a instancias del dios Dioniso. Esta variante, a la que alude Eurípides, es la más antigua. Podemos suponer que, al fugarse con Teseo, la joven había traicionado a Dioniso. ¿Tal vez porque era antes su sacerdotisa en Creta? Según otros autores, fue la diosa Atenea, o bien Hermes, quien ordenó a Teseo que dejara a la joven en la isla. O acaso fue el mismo Dioniso, quien ya había planeado encontrarla allí, rola y rendida a sus encantos. Otra versión atribuye el abandono a un factor de azar: una violenta tempestad alejó su nave de la costa apenas bajó la princesa. Esta versión es muy rara. Sitúa además la escena en Chipre, que no está ni mucho menos en la ruta de Creta a Atenas. Tal vez se ha confundido a la cretense Ariadna con una figura de nombre semejante en un culto local, en una isla donde se rendían numerosos cultos a Afrodita. Otra versión, probablemente tardía, cuenta que Teseo dejó a Ariadna porque ya se había prendado de otra bella muchacha, de Egle, hija del focense Panopeo. Puestos a inventar motivos, podemos sugerir que, siendo Teseo como era un tipo ambicioso, abandonó pronto a la princesa cretense para no comprometer su destino futuro de rey de Atenas. Pero no deja de ser intrigante el que luego, en el mito clásico, Teseo se casara con Fedra, hermana de Ariadna.

El caso es que mientras Teseo se iba camino de Atenas, y olvidaba en su remordimiento o su tristeza cambiar la vela negra por la blanca, Ariadna se encontró con el dios Dioniso, festivo y hermoso, con sus alegres comparsas, y le ofreció compañía, amor y un himeneo inmortal entre música de címbalos y crótalos. Algunos poetas clásicos recuerdan el enlace y la fiesta en sonoros versos, así Cátulo y Ovidio.

De la leyenda de Ariadna quedan no sólo imágenes, sino unos cuantos famosos símbolos: el Laberinto, el Minotauro, el ovillo y el despertar isleño. El más propio de Ariadna es el ovillo. En la cerámica arcaica se la pinta con él en la mano, aguardando. Medea tiene sus filtros, Circe su varita mágica, Ariadna sólo su ovillo. Es su arma para ligar al héroe a su propio destino. En el mundo griego el hilo es instrumento y objeto muy femenino, pues tejer e hilar es una tarea doméstica esencialmente de la mujer. Con el hilo el héroe puede salir del Laberinto, pero por él se encuentra atado luego a su salvadora. Teseo, que no es un ingenuo, sino un político en viaje iniciático, rompe esa atadura la deja en la isla. La isla es una especie de laberinto de muy difícil salida, sin el hilo de un barco. Menos mal que en ayuda de la joven acude un dios, y nada menos que Dioniso, el liberador, el juerguista, el enemigo de las ataduras, un dios que a veces se transforma en toro. Aunque podríamos insinuar que en esto Ariadna se parece a su madre, que tuvo también amores taurinos, no compliquemos el tema más.

Podemos sospechar que Ariadna fue, en mitos y ritos muy arcaicos, no una princesa, sino una antigua diosa, una figura divina relacionada con Afrodita y con Dioniso. Con cultos de la vegetación y la fecundidad, amiga de danzas y músicas. La mitología retomó ecos de sus cultos y trenzó sobre ellos su trama narrativa, acentuando unos símbolos y unas estampas. Ariadna alcanzó un destino final más glorioso de lo esperado. Si Teseo la abandonó –aquel aventurero donjuanesco al que le aguardaba un destino de monarca ejemplar en Atenas-, ella logró un feliz amparo dionisíaco. Fue así mucho más que la auxiliar mágica o la princesa raptada de los cuentos.

Con su halo lunar y sus encantos eróticos –poco amada de Atenea y Artemis, que aconsejaron a Teseo su abandono, pero favorecida por Afrodita y Dioniso- la bella cretense, la dama del ovillo, aguardando a las puertas del Laberinto o en su isla solitaria, es ella misma un símbolo de la condición femenina, frágil figura entre tipos masculinos que ejercen o buscan el poder: como su padre el rey Minos, como su hermano monstruoso, como el héroe Teseo y como su salvador el divino Dioniso."

ARIANNA A NAXOS, Hob. 26b
Música de Franz Joseph Haydn (1732-1809)
Arleen Auger, soprano
Handel and Haydn Society
Christopher Hogwood

Nota: por si alguno está interesado en el texto (en idioma original y en su versión al español), aquí les dejo el enlace desde donde pueden descargarlo.
http://www.geocities.com/ubeda2002/haydn/hob26b.htm



“Desde mi atalaya”, razones para un blog

Resultará extraño seguramente, y pido disculpas por ello, que alguien justifique las razones personales para publicar un blog. Pero uno es como es y siente la necesidad de explicarse, sobre todo para quienes puedan asomarse a este espacio y quieran comprender el hilo conductor, si es que lo hubiera, de este espacio. Porque, conviene decirlo, no hay una temática principal o directora en todo este asunto.

El nombre del blog ya declara en sí el objetivo. Si consultamos el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, el término Atalaya queda definido de la siguiente manera: “Torre hecha comúnmente en lugar algo, para registrar desde ella el campo o el mar y dar aviso de lo que se descubre. 2. Cualquier eminencia o altura desde donde se descubre mucho espacio de tierra o mar. 3. fig. Estado o posición desde la que se aprecia bien una verdad. 4. m. desus. Hombre destinado a registrar desde la atalaya y avisar de lo que descubre. 5. desus. El que atisba o procura inquirir y averiguar lo que sucede. 6. Germ. Ladrón.” Salvo la última acepción, casi todas son acertadas para este espacio. Porque de mirar se trata, y de relatar lo que se ve, y, en ocasiones, dar una opinión al respecto, si es que uno la tiene formada.

Pero cuando uno sube a una atalaya, a un mirador, a un promontorio desde el que se domina algo, no se limita a mirar al frente. A veces, hay tiempo para disfrutar sólo de la vista, o de la placidez del día, o para sentarse al borde del abismo y leer, o escuchar música, o pensar sobre lo divino y lo humano, e incluso darse el lujo de no pensar.

Todo eso, y mucho más, tendrá cabida en este espacio, como si de un cajón de sastre se tratara. Y unas veces uno se esforzará en poner sus palabras, pero en ocasiones, quizá las más, tomará las de otro, aunque siempre citando la fuente de procedencia, aquella de la que se bebe, porque no quisiéramos caer en algo tan desagradable como el robo de la propiedad intelectual.

Declarada la intención y señalado el objetivo, nos aplicaremos a la tarea de dar principio a este blog.